:: besaré la textura de tu piel mientras recorra las esquinas de tus sueños y me embriague de la luz de tus constelaciones ::
martes, 18 de septiembre de 2012
domingo, 16 de septiembre de 2012
Music / Frank O´Hara
If I rest for a
moment near The Equestrian
pausing for a
liver sausage sandwich in the Mayflower Shoppe,
that angel seems
to be leading the horse into Bergdorf's
and I am naked as
a table cloth, my nerves humming.
Close to the fear
of war and the stars which have disappeared.
I have in my
hands only 35¢, it's so meaningless to eat!
and gusts of
water spray over the basins of leaves
like the hammers
of a glass pianoforte. If I seem to you
to have lavender
lips under the leaves of the world,
I must tighten my belt.
It's like a
locomotive on the march, the season
of distress and clarity
and my door is
open to the evenings of midwinter's
lightly falling
snow over the newspapers.
Clasp me in your
handkerchief like a tear, trumpet
of early
afternoon! in the foggy autumn.
As they're
putting, up the Christmas trees on Park Avenue
I shall see my
daydreams walking by with dogs in blankets,
put to some use
before all those coloured lights come on!
But no more fountains and no more rain,
and the stores stay open terribly late.1953
viernes, 14 de septiembre de 2012
viernes, 7 de septiembre de 2012
lunes, 30 de julio de 2012
miércoles, 25 de julio de 2012
Diario del movimiento del mundo n. º 3 / Muriel Barbery
¡Pero
vamos, alcánzala!
¡Cuando pienso que hay gente
que no tiene televisión! Pero ¿cómo es posible, cómo se las apaña? Yo es que
podría pasarme horas enteras viendo la tele. Quito el sonido y miro. Es como si
viera las cosas con rayos X. Cuando se quita el sonido viene a ser como quitar
el papel de embalaje, el bonito papel de seda que envuelve una tontería que te
ha costado dos euros. Si veis así los reportajes de los noticiarios, os daréis
cuenta de una cosa: las imágenes no tienen nada que ver unas con otras, lo
único que las une entre sí es el comentario, que hace que una sucesión
cronológica de imágenes parezca una sucesión real de hechos.
Bueno, resumiendo, que me
encanta la tele. Y esta tarde he visto un movimiento del mundo interesante: una
competición de saltos de trampolín. En realidad, varias competiciones. Era una
retrospectiva del campeonato del mundo de la disciplina. Había saltos
individuales con figuras impuestas o figuras libres, saltadores hombres o
mujeres, pero sobre todo, lo que más me ha interesado eran los saltos dobles.
Además de la proeza individual, con un montón de tirabuzones, giros y piruetas,
los saltadores tienen que ser sincrónicos. No tienen que ir más o menos a la
vez, no: perfectamente a la vez, no puede haber ni una milésima de segundo de
diferencia entre ambos.
Lo más gracioso es cuando los saltadores tienen morfologías
muy diferentes: uno es bajito y retaco al lado de uno alto y esbelto. Al verlos
uno piensa: esto no puede funcionar, en términos físicos, no pueden salir y
llegar a la vez; pero sí que lo consiguen, aunque no os lo podáis creer.
Lección que hay que sacar de esto: en el universo todo es compensación. Cuando
se es menos rápido, se tiene más fuerza.
Pero lo que me proporcionó alimento para mi Diario fue cuando dos jóvenes chinitas se presentaron en lo alto del trampolín. Dos esbeltas diosas con trenzas de un negro brillante y que podrían haber sido gemelas por lo mucho que se parecían, pero el comentarista precisó que ni siquiera eran hermanas. Bueno, total, que llegaron a lo alto del trampolín, y creo que todo el mundo debió de hacer como yo: contener el aliento.
Tras varios impulsos
gráciles, saltaron. Las primeras micras de segundo, fue perfecto. Sentí esa
perfección en mi propio cuerpo; según parece es una historia de «neuronas
espejo»: cuando se mira a alguien hacer una acción, las mismas neuronas que
activa esta persona para hacer lo que está haciendo se activan a su vez en
nuestra cabeza, sin que nosotros movamos un dedo. Un salto acrobático sin
moverse del sofá y comiendo patatas fritas: por eso a la gente le gusta ver
deporte por televisión. Bueno, total, que las dos gracias chinas saltan y, al
principio del todo, éxtasis total. Y luego, ¡horror! De repente el espectador
tiene la impresión de que hay un ligerísimo desfase entre ambas. Uno escudriña
la pantalla, con el corazón en un puño: sin lugar a dudas, hay un desfase. Sé
que parece absurdo contar esto así cuando en total el salto no debe durar más
de tres segundos, pero justamente porque sólo dura tres segundos, uno mira todas las fases como si duraran un
siglo. Y resulta ya evidente, ya no cabe ponerse una venda en los ojos: ¡están
desfasadas! ¡Una va a entrar en el agua antes que la otra! ¡Es horrible!
De repente me vi a mí misma
gritando ante el televisor: ¡pero alcánzala, vamos, alcánzala! Sentí una rabia
increíble contra la que se había rezagado. Me hundí en el sofá, asqueada.
Bueno, entonces ¿qué? ¿Es esto el movimiento del mundo? ¿Un ínfimo desfase que
arruina para siempre la posibilidad de la perfección? Me tiré al menos treinta
minutos de un humor de perros. Y de pronto me pregunté: pero ¿por qué querría
uno a toda costa que la alcanzase? ¿Por qué duele tanto cuando el movimiento no
está sincronizado? No es muy difícil adivinarlo: todas estas cosas que pasan,
que fallamos por poco y malogramos ya para siempre, eternamente… Todas estas
palabras que deberíamos haber hecho, estos kairos fulgurantes que surgieron un
día, que no supimos aprovechar y que se sumieron para siempre en la nada… El
fracaso por un margen tan pequeño… Pero sobre todo se me vino a la mente otra
idea, por lo de las «neuronas espejo». Una idea perturbadora, de hecho, y
vagamente proustiana (lo cual me pone nerviosa). ¿Y si la literatura no fuera
sino una televisión que uno mira para activar sus neuronas espejo y para
proporcionarse a bajo coste los escalofríos de la acción? ¿Y si, peor aún, la
literatura fuera una televisión que nos muestra todo aquello en lo que
fracasamos?
¡Vaya un movimiento del
mundo! Podría haber sido la perfección pero es el desastre. Debería vivirse de
verdad pero es siempre un disfrute por poderes….
lunes, 25 de junio de 2012
miércoles, 6 de junio de 2012
martes, 5 de junio de 2012
jueves, 31 de mayo de 2012
martes, 29 de mayo de 2012
Siglo XXI: Los simulacros, los cinismos y los incrédulos / Pablo Fernández Christlieb
I
Ya no se usa eso de que los cantantes canten, los intelectuales
piensen, el público vea, las noticias sucedan y la gente viva su vida. Eso era
demasiado realista. Para todas las generaciones actuales que ya nacieron en la
era de los escaparates, los anuncios de revista, las modas y los alteros de ropa, los ídolos
del deporte, fotos y fotos y fotos, presencia masculina, imagen femenina, mucha
televisión, excelente presentación, interesantes entrevistas y amenos
reportajes, este mundo del show, siempre prendido, ha terminado por apagar otro
mundo, el real, aquel que consiste en trabajar y producir, ser buena o mala
gente, saber lo que se dice ser alguien y hacer algo, sobre todo porque requiere
mayor esfuerzo, le falta brillo, se nota menos, y no se puede cambiar de canal.
Es un mundo de diario y no de noche de gala como el otro. El show empieza a
sustituir a la realidad y sus guiones y coreografías se vuelven más auténticos
que la vida de la gente, como si se volviera más real estar en el foro que
estar en la calle, actuando que siendo uno. Disneylandia se hace más real que
la colonia Lindavista y entrar en Televisa San Ángel es más verídico que pasear
por la Alameda. Por eso, los niños de la calle ya sólo existen si aparecen en
el canal de las estrellas diciendo no me digas niño de la calle. Ya no se trata
de ir por la vida siendo algo, sino pareciendo cualquier cosa: solo lo que “parece”
existe; lo que “es”, no. Como dijo Jean Baudrillard, hay algo más real que lo
real, y es el simulacro. El simulacro es una realidad sin conexión con la vida,
sin sustento ni sustrato, como si siempre se estuviera posando, al grado de que
la pose es la única espontaneidad que queda. En el simulacro de un temblor, uno
deja lo que esta haciendo, corre a la salida, abandona sus pertenencias, salva
a su prójimo más débil, se ensucia la cara, se reúnen todos afuera: lo único
que falta es el temblor. El simulacro es una realidad que se hace como si fuera
para ser filmada, pero por el hecho de estar filmada, se convierte en realidad,
y así la gente cree que el temblor consiste en su simulacro y, como el
simulacro es la única verdad, cuando salen, creen que se salvaron del temblor.
Fingir es la única autenticidad que queda. La imitación es lo original y así,
mientras que las Chivas llevaban el apodo que los describía, en la época del
simulacro hay un departamento encargado de poner apodos con copyright donde se
sacan de la manga que alguien es “las águilas” y ya, por eso, resulta que
tienen vista, depredación y altos vuelos. El Chololo sabía que era el chololo,
¿el matador de veras cree que hace faenas? A uno le ponen “Mijares”, así, en
apellido, y la gente admite que es un Serrat o un Dylan. Lo manufacturado es lo
natural. Y así sucesivamente, el público que va a los conciertos y otros
espectáculos sabe cómo debe ir vestido, cuántos años tener y cuándo
desaforarse. Lo prestablecido es lo insólito, porque lo insólito ya esta
prestablecido. Los niños del Teletón muestran que también pueden tomar Pepsi y
tener ilusiones, gracias lo cual los patrocinadores lloran de bondad. Lo falso
es lo cierto, la farsa es la vida. Y así sucesivamente, los hechos ya no se
hacen: se dicen; la paz, la justicia, el cambio democrático, la tolerancia, el
reconocimiento de las mayorías, la redención de los pobres y los valores
humanistas son hechos verdaderos porque suceden en las declaraciones de algún presidente
y su primera dama en un desayuno, quienes, después de hablar, se cogen de la mano
exhaustos de tanto bien que han hecho a la humanidad. La esencia es un sketch. Y
así sucesivamente, hay señores y señoras que entre ellos se califican de
expertos y exponen sus vaciedades en power poínt, y, como todo lo que se expone
con tanta técnica es de expertos, se dan una constancia con valor a currículum.
Lo más profundo que hay es la superficie. Los científicos del Conacyt hacen la
lista de lo que es ser científico y descubren con asombro que son ellos, y se
otorgan una beca. El ser es el figurar. Los profesionales, intelectuales y
académicos fundan asociaciones con sus amigos, con lema y todo, donde dan un
premio anual que van sacándose cada uno por turnos y luego se miran al espejo
con su diploma y saben que son talentosos porque hasta se sacaron un premio. La
verdad es de mentiras. Todos creen que lo que hacen es de trascendencia y
relevancia porque en los congresos, foros y otras presentaciones hubo mucho
público, entre el cual hasta la abuelita fue acarreada. La fachada es su
interior. Y así sucesivamente, lo genuino es lo sintético y ya nadie sabe que
podría querer hacer algo o ser alguien, sino que lo único que puede desear es
dar la imagen: ni siquiera ganarse la vida sino dar la imagen de que se la
gana, con un coche que debe, unos gestos que alquila, una ropa que cuesta y un
maquillaje especial para el set de la oficina, como si todo se tratara
solamente de que la foto, que nadie toma, salga bien, porque cada quien cree
que su ángel de la guarda es paparazzi. Que la imagen que nadie ve sea la
buena. Lo real es L'Oreal...
El simulacro es aquella mentira que es más verdadera que la verdad, aquella pose que es más profunda que la moral. La moral del simulacro no tiene ética, porque mientras que uno puede decir mentiras a los demás (y uno cuando menos sabe cuál es la verdad), la deshonestidad fundamental del simulacro radica en engañarse uno a sí mismo con mentiras que ni uno mismo se creería. En una de ésas, a los simuladores les ha de entrar, preveniente del mundo real, el temblor de una enorme desolación, como vacía, que, bueno, se quita cambiando de pose. El ultimo milímetro de ética que queda es el cinismo.
El simulacro es aquella mentira que es más verdadera que la verdad, aquella pose que es más profunda que la moral. La moral del simulacro no tiene ética, porque mientras que uno puede decir mentiras a los demás (y uno cuando menos sabe cuál es la verdad), la deshonestidad fundamental del simulacro radica en engañarse uno a sí mismo con mentiras que ni uno mismo se creería. En una de ésas, a los simuladores les ha de entrar, preveniente del mundo real, el temblor de una enorme desolación, como vacía, que, bueno, se quita cambiando de pose. El ultimo milímetro de ética que queda es el cinismo.
II
Los cínicos solían ser buenos muchachos: en los sesenta eran hippiosos;
en los setenta, concientizados; en los ochenta, ecologistas; y en los noventa,
democráticos. Ahora ya son cancilleres, funcionarios, mandos medios o dueños de
su restaurante, vestidos casual, con buen verbo y culturita, como si les
hubiera ido bien aunque no quisieran, y como si se hubieran decrepitado pronto,
como a los treinta años. Venían con buena educación. buena familia, buenos
principios, buen corazón pero un día cayeron en las garras del triunfo; tenían
todas las inteligencias; la técnica, la emocional, la práctica, menos una: la
inteligencia moral, que es por donde los definió Oscar Wílde: “saben el precio
de todo y el valor de nada”. Un hipócrita es el que dice “¿yo, cuándo?”; un
cínico es el que dice “¡sí, y qué!”: bueno, pues un cínico es un hipócrita al
que ya cacharon; lo cacharon de que le gustó más el dinero que la cultura, el
don de mando que las causas perdidas, el confort que la dignidad, el buen gusto
que la gente, y así, como canta Joaquín Sabina, “por un catorce por ciento
cambio / la imaginación al poder”, y entonces cambió su hipocresía por unos
chistes bastante densos y un humor demásiado espeso, con el que dice cosas como
“más aburrido que los Sueños de Kurosawa” , y en vez de decir que algo esta
padrísimo, dice es de lo más decadente”. Si su nombre científico es cínico, es
fácil encontrar su nombre común. Ellos, por su parte, creen que son chistosos
cuando hacen bromas gastadas sobre los niños pobres, las feministas o los
sindicatos, pero se nota que son solamente cínicos porque su humor no se lo
entiende nadie, ya que mientras, por ejemplo, una ironía es un chiste que no
debe parecer chiste, el cinismo es una baba venenosa que debe parecer chiste
pero no puede. Estos chistes que no lo son, no obstante, dada la espesez
general de la época, se han convertido en una verdad pública, que es la que
aparece sobre todo en la publicidad que, ciertamente, a veces usa el humor,
pero cuando se pone sofisticado usa el cinismo, desde los anuncios de Benetton
en donde una top-model deambula por una Sarajevo destruida, hasta los
Totalmente Palacio donde una mujer no puede evitar dos cosas, llorar y comprar zapatos,
es decir, dos cosas: avisarles a sus clientas consumistas que compran por
brutas y, además, venderles. Utilizar al Subcomandante Marcos para anunciar
refrigeradores puede que tenga gracia. Que la viuda subaste los lentes
ensangrentados de John Lennon, puede que no.
En realidad, los cínicos caen gordos y ni siquiera acaban de
caerse bien a si mismos y esa es su única, o más bien su última, virtud, porque
en efecto el cinismo es el milímetro final de la ética, de modo que un cínico
tiene exactamente la conciencia del traidor, que hizo lo que quiso pero algo le
fallo, a saber, que todavía se da cuenta de que prefirió el glamour a la
decencia, por lo cual tuvo que arrumbar sus propios principios y proyectos, y
por lo tanto sabe que no tiene justificaciones ni explicaciones: éste es el
solo gramo que le queda de sinceridad; su única ética es el reconocimiento de
su falta de moral, así que los cínicos siempre andan un poco perdidos en el
desierto de sus cabezas y, cuando tienen que dar la cara, la disfrazan de
chiste, de frase francota y de sarcasmo socarrón para que parezca que ya están
más allá del bien y del mal. Pero todavía están un milímetro más acá. Hay
cínicos globales como los del Vaticano que protegen pederastas o los del Grupo
de los Siete que siguen haciendo cumbres, pero hay ciniquitos locales por todas
partes, entre diputados, jefes, maridos, burócratas de universidad, hijos del
dueño y periodistas de amarillo. Lo bueno que tienen todos estos cínicos es que
van a acabarse pronto, porque el cinismo, como fenómeno social, brota, como
patada de ahogado, en el límite de cualquier sistema, sea político, científico,
económico, religioso o educativo, es decir, cuando sus verdades están ya
podridas pero hay que usarlas porque no se saben de otras. Cuando un sistema
social se encuentra en crisis terminal, su síntoma claro es la producción de
cínicos. Entonces sí: los cínicos dan risa.
III
Siempre hay que creer en algo y, así, es posible juntar a las gentes
según el tipo de verdad en que creen, y agruparlas. Pero he aquí que de ello se
forma, por exclusión, una banda de entes que deambulan entre tantas creencias
pero que no les viene bien ninguna verdad y, por lo tanto, no encajan ni en el
grupo de admiradores de Alejandro Sanz ni en el de devotos de la buena figura
ni en el de fans de la veladora perpetua ni en el de los fundamentalistas de sí
mismos que solo creen en su ego y en aquello que se lo engorde, o sea que creen
en cualquier cosa que les vendan con el truco de que con eso ya son alguien en
la vida. Los incrédulos, esos que carecen de verdades, pertenecen más bien a un
grupo fantasma, ya que por lógica no puede existir, porque los incrédulos no
creen en los grupos, pero qué les importa, porque de todas maneras los
incrédulos tampoco creen en la lógica ni en los desafíos de la globalización ni
en los avances de la ciencia ni en sí mismos, lo cual los hace, contrariamente
a los crédulos que son obvios como bultos, un grupo borroso, muy tenue, al que
solo se puede detectar por leves indicios. Para empezar, ni siquiera saben cómo
vestirse porque la gran verdad de la buena imagen necesita mucha fe y ellos no
tienen ni mucha ni poca, ni fe ni ropa, y tampoco se les puede ver muy
diligentes en alguna tarea, porque eso también requiere de un mínimo de convicción.
Más bien se ven como idos, medio lánguidos, como dando a entender que no tiene
nada de emocionante eso de no creer en nada, y parecen cansados, con un cierto
aire de haber nacido en algo así como 1829, que es una fecha en la que aún no
llegaban a la sociedad occidental las nuevas verdades de la técnica, la
velocidad, la salud, los deportes y el método científico. Ahora que lo bueno que tienen los incrédulos
es que son incorruptibles, porque no hay nada con qué comprarlos, y lo malo es
que no tiene caso, porque no sirven para ser funcionarios ni para ser
autoridades, labores que requieren de creyentes en las urgencias y las
importancias de la realidad. De hecho, no se les puede dar órdenes porque los
incrédulos no creen ni siquiera en las palabras, que es con lo que se hacen las
verdades, y en general se ven fastidiados de haber oído tantas y por eso le
sacan a los temas de conversación, porque siempre los obligan a exponer
verdades que no tienen: cuando están acorralados con preguntas, fingen creer en
algo para salir del paso y afirman su creencia de que el helado de vainilla es
rico o de que es bueno circular, por la derecha. Los incrédulos son habitantes
de la tangente. Como los enanos, los incrédulos también empezaron desde
chiquitos. Es posible que algo haya fallado de nacimiento, tal vez el gen de
seguridad (safety gen) que permite al ser humano andar por el mundo lleno de
ilusiones, aunque también es probable que les hayan dicho que Cancún es un paraíso y les prometieron llevarlos en
vacaciones. Y se los cumplieron. Y cuando fueron se insolaron igual que en todas
partes, y así por el estilo les paso en Navidad y en los Santos Reyes y en su
primer amor y cuando les dieron su primera responsabilidad, a la que vieron no
como un gran reto sino como un buñuelo pegajoso, con lo que se dan cuenta de
que todas las verdades son de mentiras. Es como si la incredulidad estuviera
hecha de promesas cumplidas que por definición no valen la pena. Crédulos son
aquellos que siguen contentotes en medio de la insolación, y es que, ni modo, vivir
es creer, y entonces hay que creer en algo: se puede creer en verdades
superficiales como los noticieros, la tecnología, el feng shui y el champú
contra la caspa, y también se puede creer en verdades de fondo, como el deber,
el poder, el ser, el tener, la democracia, la economía y otras cosas que caben
en una declaración de principios. Pero en lo que creen los incrédulos parece
estar más metido en la profundidad, por debajo de las ideas y de las sensaciones,
como en las placas tectónicas de la cultura, como si las verdades incrédulas sólo
pudieran consistir en las causas que están perdidas, en las promesas que no se
cumplen y en las cosas que están más allá de las palabras, es decir, en puras
verdades garantizadas contra el credulismo, porque no son ciertas. A la mejor
se puede detectar a los incrédulos porque parece que, en vez de vivir, esperan,
ya que, en efecto, creen en verdades que todavía no empiezan…
martes, 22 de mayo de 2012
miércoles, 16 de mayo de 2012
La paradoja matemática de la nostalgia / Milán Kundera
Cuanto mayor es el tiempo que hemos dejado atrás, más
irresistible es la voz que nos incita al regreso. Esta sentencia que parece
común, sin embargo es falsa. El ser humano envejece, el final se acerca, cada
instante pasa a ser siempre más apreciado y ya no queda tiempo que perder con
recuerdos. Hay que comprender la paradoja matemática de la nostalgia: ésta se
manifiesta con más fuerza en la primera juventud, cuando el volumen de la vida
pasada es todavía insignificante.
Tampoco la memoria es comprensible sin un acercamiento matemático. El dato fundamental radica en la relación numérica entre el tiempo de la vida vivida y el tiempo de la vida almacenada en la memoria. Nunca hemos intentado calcular esta relación y, por otra parte, no disponemos de ningún medio técnico para hacerlo; no obstante, sin grandes riesgos se puede suponer que la memoria no conserva sino una millonésima, una milmillonésima, o sea una parcela muy ínfima, de la vida vivida.
Esto también forma parte de la esencia misma del hombre. Si alguien pudiera conservar en su memoria todo lo que ha vivido, si pudiera evocar cuando quisiera cualquier fragmento de su pasado, no tendría nada que ver con un ser humano: ni sus amores, ni sus amistades, ni sus odios, ni su facultad de perdonar o de vengarse serían los mismos.
Entonces tal vez se pueda concluir, aunque parezca contradictorio, que debemos disfrutar de la nostalgia antes de que el tiempo pasado sea tanto que ya no nos alcance para gastarlo en recuerdos...
Tampoco la memoria es comprensible sin un acercamiento matemático. El dato fundamental radica en la relación numérica entre el tiempo de la vida vivida y el tiempo de la vida almacenada en la memoria. Nunca hemos intentado calcular esta relación y, por otra parte, no disponemos de ningún medio técnico para hacerlo; no obstante, sin grandes riesgos se puede suponer que la memoria no conserva sino una millonésima, una milmillonésima, o sea una parcela muy ínfima, de la vida vivida.
Esto también forma parte de la esencia misma del hombre. Si alguien pudiera conservar en su memoria todo lo que ha vivido, si pudiera evocar cuando quisiera cualquier fragmento de su pasado, no tendría nada que ver con un ser humano: ni sus amores, ni sus amistades, ni sus odios, ni su facultad de perdonar o de vengarse serían los mismos.
Entonces tal vez se pueda concluir, aunque parezca contradictorio, que debemos disfrutar de la nostalgia antes de que el tiempo pasado sea tanto que ya no nos alcance para gastarlo en recuerdos...
viernes, 11 de mayo de 2012
Espero curarme de ti / Jaime Sabines
Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de
pensarte, es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en
turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.
¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se pueden reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.
Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes como te digo que te quiero cuando digo: "qué calor hace", "dame agua", "¿sabes manejar?", "se hizo de noche"...Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho "ya es tarde", y tú sabías que decía "te quiero".)
Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que tu quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón...
¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se pueden reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.
Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes como te digo que te quiero cuando digo: "qué calor hace", "dame agua", "¿sabes manejar?", "se hizo de noche"...Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho "ya es tarde", y tú sabías que decía "te quiero".)
Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que tu quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón...
miércoles, 9 de mayo de 2012
Él, introvertido,
laberíntico, algo masoquista en la disección de sus sentimientos, un cierto
gusto por `sumergirse´ en sí mismo. Simultáneamente, una tremenda y constante
necesidad de comunicación. Una angustiosa conciencia de su aislamiento, una
angustiosa búsqueda de otra persona, alguien con quien comunicarse, alguien a
quien poder darse sin reservas. Toda su vida fue rechazado. No que los otros lo
rechazasen deliberadamente. La aceptación no era la deseada. Tal vez no consiga
escribir esta novela. Tendría que poner excesivamente de mí para que fuera
creíble. Hace quince años que buceo dentro de mí mismo. ¿Para qué seguir?
Pregunta sin respuesta. Creo que no tengo otra salida que no sea seguir
buceando. No conozco nada más…
viernes, 27 de abril de 2012
domingo, 22 de abril de 2012
sábado, 21 de abril de 2012
La Política Del Sexo / Jorge Ramos
No hay nada más alucinante y aberrante que cuando el Papa y los
políticos de la ultraderecha se quieren meter en nuestra cama. No son
expertos en sexualidad, intimidad o salud. Pero ellos insisten en
controlar nuestra vida horizontal.
Benedicto XVI tiene más que suficiente con las polémicas que han
surgido con su viaje a México y Cuba. Lidiar con curas pederastas,
dictadores octogenarios y una decreciente feligresía, no es cosa fácil.
Pero el Papa alegremente se ha lanzado a criticar el legítimo esfuerzo
de los homosexuales en Estados Unidos para que no los discriminen.
Si dos hombres o dos mujeres se quieren casar, eso es asunto de ellos
y de nadie más. Las uniones entre homosexuales son reconocidas
legalmente en seis estados norteamericanos –incluyendo Nueva York- y en
Washington D.C. Lo mismo ocurre en Argentina, España y la ciudad de
México. Pero para el Papa eso no está bien.
Benedicto XVI le pidió hace poco a los obispos norteamericanos que
lucharan en contra de “las poderosas corrientes políticas y culturales
que buscan alterar la definición legal del matrimonio.” Para él y los
obispos de la curia romana (que nunca se han casado), la única
definición de matrimonio es entre un hombre y una mujer. No se han dado
cuenta que la realidad los rebasó hace mucho. Conozco a varias familias
de parejas homosexuales, amorosísimas con sus hijos, y no me cabe en la
cabeza que el Papa se atreva a decirles que están equivocados, que viven
en pecado y que él quisiera disolverlas. Igual de absurdo resulta el
reciente debate sobre los anticonceptivos en Estados Unidos.
El uso de la píldora anticonceptiva fue autorizado por primera vez en
la década de los 50 y la mayoría de las mujeres norteamericanas la
utilizan. Ese, yo creía, era un tema superado. Hasta que el locutor
radial Rush Limbaugh calificó como “prostituta” a la estudiante de leyes
de la universidad de Georgetown, Sandra Fluke, por querer argumentar
ante un comité del congreso que todas las compañías de seguro médico
deberían cubrir los gastos de planeación familiar.
Limbaugh, a regañadientes, se disculpó tras perder a decenas de
anunciantes. Pero es ingenuo, y hasta tonto, el limitar y criticar el
uso de anticonceptivos en una cultura hipersexualizada donde los niños y
niñas de 13 y 14 años ya están teniendo relaciones. Y esto nos lleva al
álgido tema del aborto.
Empecemos por lo obvio; nadie quiere tener un aborto. Pero la actual
contienda electoral en Estados Unidos está totalmente polarizada por el
tema. Por un lado está el presidente Barack Obama, quien defiende las
actuales leyes que permiten el aborto (basadas en una decisión de la
Corte Suprema en 1973), y por el otro un grupo de políticos Republicanos
que promete hacer hasta lo imposible para penalizar el aborto si llegan
a la Casa Blanca. Lo irónico es que en ese debate solo se están
escuchando voces masculinas.
En México muchas mujeres han terminado en la cárcel por abortar o por
buscar una terminación de un embarazo no deseado. Es la criminalización
del aborto. Diez y ocho de los 31 estados mexicanos prohíben el aborto.
En Guanajuato, por ejemplo, se dio el caso de 6 mujeres encarceladas
por más de cinco años por abortar. Grupos feministas han pedido, sin
éxito, un censo en las cárceles mexicanas para saber cuántas mujeres hay
detenidas por abortar.
Pero ni el Papa, ni el presidente, ni el gobernador, ni el alcalde,
ni el juez o el policía tienen derecho a meterse con el cuerpo de una
mujer. Ninguno. La decisión de qué hacer con su cuerpo es exclusivamente
de ella. Sin embargo, el cuerpo femenino es el principal campo de
batalla de los religiosos y políticos más intransigentes. Son, en muchos
casos, hombres queriendo imponer su voluntad en el cuerpo de mujeres
que ni siquiera conocen.
Me parece increíble cuando líderes religiosos o políticos se quieren
meter en la vida privada de los otros. Respeto sus convicciones pero me
aterra cuando las utilizan para ganar adeptos o para tratar de convencer
a votantes.
Casarse con una persona del mismo sexo, usar anticonceptivos o
abortar están entre las decisiones más personales que se pueden tomar en
la vida. Y para eso no hay que pedirle permiso a la iglesia, a un
partido político o a la policía local.
La procreación de los hijos no es la única función de la sexualidad.
Aunque, por el tono de los debates actuales, eso nos quisieran hacer
creer los políticos del sexo. Cuando ellos nos pregunten ¿qué haces con
tu vida privada? Nuestra respuesta debe ser tajante: eso a usted no le
importa.
Estímulo eléctrico del cerebro alivia la migraña
Chicago, EUA.- Pacientes que sufren migrañas crónicas logran tener un alivio significativo del dolor después de cuatro semanas de estímulo eléctrico en la región del cerebro llamada corteza motora, que es responsable del movimiento voluntario.
De acuerdo con un estudio de la Universidad de Michigan, se trata de
un método no invasivo llamado Estímulo Transcranial de Corriente
Directa, probado con buenos resultados como terapia preventiva en 13
pacientes con migraña crónica, con un historial de casi 30 años de sufrir por lo menos un promedio de quince ataques por mes.
La investigación destacó que al concluir diez sesiones los
participantes reportaron una disminución promedio de 37 por ciento en la
intensidad del dolor.
Los efectos fueron acumulativos y se hicieron evidentes después de unas cuatro semanas de tratamiento, explicó en el artículo Alexandre DaSilva, profesor de la Escuela de Odontología de la UM y autor principal del estudio.
Los investigadores aseguran que son necesarias repetidas sesiones
para revertir los cambios arraigados en el cerebro y relacionados con el
sufrimiento crónico de migrañas.
En su análisis también rastrearon el flujo de corriente eléctrica a través del cerebro para entender cómo la terapia afectaba diferentes regiones.
Otros estudios han demostrado que el estímulo de la corteza motora reduce el dolor crónico.
Sin embargo, esta investigación proporcionó la primera prueba mecánica
de que puede funcionar como una terapia continua de prevención en casos
complejos de migraña crónica en los cuales los ataques son más
frecuentes y resistentes a los tratamientos convencionales.
Notimex
miércoles, 11 de abril de 2012
lunes, 26 de marzo de 2012
Fundamentos para una república amorosa / Andrés Manuel López Obrador
La decadencia que
padecemos se ha producido, tanto por la falta de oportunidades de
empleo, estudio y otros satisfactores básicos como por la pérdida de
valores culturales, morales y espirituales. Por eso nuestra propuesta
para lograr el renacimiento de México tiene el propósito de hacer
realidad el progreso con justicia y, al mismo tiempo, auspiciar una
manera de vivir, sustentada en el amor a la familia, al prójimo, a la
naturaleza y a la patria.
Es sabido que los seres humanos necesitan bienestar. Es prácticamente
aceptado por todos que nadie puede ser feliz sin tener trabajo,
alimentación o cualquier otra necesidad, material o biológica. Un hombre
en la pobreza piensa en cómo sobrevivir antes de ocuparse de tareas
políticas, científicas, artísticas o espirituales.
Pero también es incuestionable que el sentido de la vida no se reduce
sólo a la obtención de lo material, a lo que poseemos o acumulamos. Una
persona sin apego a una doctrina o a un código de valores, no
necesariamente logra la felicidad. Inclusive, en algunos casos, el
triunfar a toda costa, sin escrúpulos morales de ninguna índole, conduce
a una vida vacía y deshumanizada. De ahí que deberá buscarse siempre el
equilibrio entre lo material y lo espiritual: procurar que a nadie le
falte lo indispensable para la sobrevivencia y cultivar nuestros mejores
sentimientos de bondad.
Cuando hablamos de una república amorosa, con dimensión social y
grandeza espiritual, estamos proponiendo regenerar la vida pública de
México mediante una nueva forma de hacer política, aplicando en prudente
armonía tres ideas rectoras: la honestidad, la justicia y el amor.
Honestidad y justicia para mejorar las condiciones de vida y alcanzar la
tranquilidad y la paz pública; y el amor para promover el bien y lograr
la felicidad.
La honestidad es la mayor riqueza de las naciones y, en nuestro país,
este valor se ha venido degradando cada vez más. Aunque esto atañe a
todos los sectores sociales, es, sin duda, la deshonestidad de los
gobernantes y de las élites del poder, lo que más ha deteriorado la vida
pública de México, tanto por el mal ejemplo como por la apropiación de
bienes y riquezas de la colectividad. Inclusive puede afirmarse que la
inmoralidad es la causa principal de la desigualdad y de la actual
tragedia nacional. Dicho en otras palabras: nada ha deteriorado más a
México que la corrupción política.
No obstante, siendo éste el principal problema del país y, aunque
resulte increíble, es un tema que no aparece en la agenda nacional. Se
habla de reformas estructurales de todo tipo, pero este grave asunto no
se considera prioritario. Es más, no es tema en el discurso político,
por el contrario, en la actualidad se ha extendido la especie del
regreso del PRI, con la creencia de que ellos
roban pero dejan robary en el contexto de la máxima, según la cual,
quien no transa no avanza.
Aunque se vive en el llamado mundo de la globalidad, tampoco se
piensa en importar ejemplos de países y gobiernos que han tenido éxito
en hacer de la honestidad el principio rector de su vida pública. En la
información más reciente sobre índices de la percepción de la corrupción
en 182 países del mundo, mientras Nueva Zelanda, Dinamarca, Finlandia y
Suecia ocupan los primeros lugares en honestidad, México ocupa el lugar
100. Y, como es obvio, ellos tienen mejores niveles de bienestar. Pero
lo paradójico y absurdo es que en la sociedad mexicana existe este valor
y ni siquiera tendríamos que importarlo. Es decir, si hubiese voluntad
para aprovechar las bondades de la honestidad, sólo sería cosa de
exaltarla, de cultivarla entre todos y hacerla voluntad colectiva.
En los pueblos del México profundo se conserva aún la herencia de la
gran civilización mesoamericana y existe una importante reserva de
valores para regenerar la vida pública. Me consta que hay comunidades
donde las trojes que se usan para guardar el maíz están en el campo, en
los
trabajaderos, lejos del caserío y nadie piensa en apropiarse del trabajo ajeno. En muchos lugares, hasta hace poco, no se tenía noción del robo. Aquí cuento que recientemente un joven compañero de Morena olvidó su cartera en el revistero de un avión comercial y días después recibió la llamada de un campesino migrante desde un lugar de California para informarle que él había encontrado su cartera con sus datos y dinero. El campesino migrante, originario de una comunidad de Veracruz, le preguntó sobre cuánto llevaba en la cartera y una vez aclarado el asunto se la envió a su domicilio. Mi joven compañero le preguntó al migrante, que apenas hablaba bien el español, por qué lo hacía. Le contestó que sus padres le habían enseñado a
hacer el bien sin mirar a quiény que si actuaba así tendría en la vida una recompensa mayor.
Por ello digo que la honestidad es una virtud que aún poseemos y sólo
es cosa de revalorarla, de darle su lugar, de ponerla en el centro del
debate público y de aplicarla como principio básico para la regeneración
nacional. Elevar la honestidad a rango supremo nos traería muchos
beneficios. Los gobernantes contarían con autoridad moral para exigir a
todos un recto proceder, nadie tendría privilegios. Se podría aplicar un
plan de austeridad republicana para reducir los sueldos elevadísimos de
los altos funcionarios públicos y eliminar los gastos superfluos.
Asimismo, con este imperativo ético por delante se recuperarían recursos
que hoy se van por el caño de la corrupción y se destinarían al
desarrollo y al bienestar del pueblo.
La justicia. Todavía es vigente la frase bíblica de Madero de que el pueblo de México
tiene hambre y sed de justicia. Es la demanda incumplida, pendiente, a pesar de la Revolución y de toda la retórica de los gobiernos posteriores. Tampoco aparece en la agenda de la llamada clase política. No obstante, es la sombra que nos persigue, que nos impide estar bien con nuestras conciencias y ser más humanos.
La pobreza en México es una amarga realidad, entristece, parte el
alma y se encuentra por todos lados. Está presente en los estados del
norte, donde antes no había tanta. Es notoria en las colonias populares
de grandes concentraciones urbanas y de las ciudades fronterizas; en el
campo de Zacatecas, Nayarit y Durango; predomina en el centro, en el sur
y en el sureste del país, sobre todo en comunidades indígenas. En todas
partes la gente no tiene oportunidades de empleo y se ve obligada a
emigrar de sus comunidades, abandonando a sus familias, costumbres y
tradiciones. La producción de autoconsumo, los programas de apoyo
gubernamental y la ayuda que reciben quienes tienen familiares en el
extranjero, no alcanza más que para sobrevivir. No hay para el pasaje,
la medicina, para pagar el gas, el recibo de la luz, ni mucho menos para
comer bien.
En México la falta de justicia debe avergonzarnos más porque no
existe ninguna razón natural o geográfica que la justifique. Nuestro
país, a pesar de que lo han saqueado por siglos, todavía es de los que
poseen más recursos naturales en el mundo. En todo su territorio hay
riquezas: en el norte, minas de oro, plata y cobre; en el sur, agua, gas
y petróleo y, en todos lados, el pueblo cuenta con cultura, vocación de
trabajo y con una inmensa bondad. De modo que la pobreza no puede
atribuirse a la falta de recursos, a la fatalidad, al destino o a la
supuesta flojera e indolencia de los mexicanos. Como hemos dicho, se
debe a la corrupción imperante y a la economía de elite que sólo
beneficia a una pequeña minoría. Lo más lamentable es que, aun con el
sufrimiento que implica esta política económica, se insiste en
perpetuarla a cualquier costo. Hay una estrategia deliberada para
ocultar hasta lo evidente. No se difunden las cifras oficiales que
demuestran cómo la llamada política neoliberal nos llevó a la ruina y a
un mayor deterioro de la convivencia social. No se dice que en los
pasados 15 años, por ejemplo, solo se han generado anualmente 500 mil
empleos formales en promedio, cuando se requieren un millón 200 mil. Es
decir, cada año 700 mil mexicanos han tenido que emigrar, buscarse la
vida en la economía informal o tomar el camino de las conductas
antisociales. Tampoco se habla de que hoy 67 por ciento de los
trabajadores con empleo, siete de cada 10, reciben ingresos que no
superan los tres salarios mínimos, o sea, 13 dólares o 10 euros diarios.
Con esos sueldos nadie podría vivir en Estados Unidos ni en Europa.
Por ello, insisto, lo que más desespera y molesta es que quienes
realmente gobiernan no hacen nada para evitar el deterioro sistemático
de los niveles de vida. Este año, por mantener el negocio de unos
cuantos en la compra de los combustibles en el extranjero, va a aumentar
la gasolina, el diesel y el gas al doble de la inflación, y como
resultado continúa la pérdida del poder adquisitivo del salario. En el
más reciente reporte del Centro de Análisis Multidisciplinario de la
Facultad de Economía de la UNAM se sostiene que un salario mínimo hace
29 años alcanzaba para comprar 51 kilos de tortilla, o 250 piezas de pan
blanco, o 12 kilos de frijol bayo; y ahora, sólo alcanza para adquirir
cinco kilos de tortilla o 25 piezas de pan blanco o tres kilos de
frijol. De ese tamaño ha sido el empobrecimiento de la gente.
Pero quizá lo que más revela la insensibilidad y el desprecio por la
gente, es la forma en que se enfrenta la crisis de inseguridad y de
violencia. El gobierno y las elites del poder son incapaces de aceptar
que la pobreza y la falta de oportunidades de empleo y bienestar
originaron este estallido de odio y resentimiento. Y, como es obvio,
menos les importa atender las causas del problema. Por el contrario, en
una especie de enajenación autoritaria, pretenden resolverlo con medidas
coercitivas, enfrentando la violencia con la violencia, como si el
fuego se pudiese apagar con fuego. Se dicen creyentes, pero olvidan que
no es la violencia, sino el bien, lo que suprime el mal.
A este pensamiento hipócrita y conservador, debemos oponer el
criterio de que la inseguridad y la violencia sólo pueden ser vencidas
con cambios efectivos en el medio social y con la influencia moral que
se pueda ejercer sobre la sociedad en su conjunto. No hay más que
combatir la desigualdad para tener una sociedad más humana y evitar la
frustración y las trágicas tensiones que provoca. Estamos, pues,
preparados y decididos a resolver la actual crisis de inseguridad y de
violencia. Lo haremos bajo el principio de que la paz y la tranquilidad
son frutos de la justicia. La solución de fondo, la más eficaz y la más
humana, pasa por enfrentar el desempleo, la pobreza, la desintegración
familiar, la pérdida de valores y por incorporar a los jóvenes al
trabajo y al estudio.
El amor. Como hemos sostenido, la crisis actual se debe no sólo a la
falta de bienes materiales sino también por la pérdida de valores. De
ahí que sea indispensable auspiciar una nueva corriente de pensamiento
para alcanzar un ideal moral, cuyos preceptos exalten el amor a la
familia, al prójimo, a la naturaleza y a la patria.
La descomposición social y los males que nos aquejan, no sólo deben
contrarrestarse con desarrollo y bienestar y medidas coercitivas. Lo
material es importante, pero no basta: hay que fortalecer los valores
morales.
A partir de la reserva moral y cultural que todavía existe en las
familias y en las comunidades del México profundo, y apoyados en la
inmensa bondad que hay en nuestro pueblo, debemos emprender la tarea de
exaltar y promover valores individuales y colectivos. Es urgente
revertir el desequilibrio que existe entre el individualismo dominante y
los valores orientados a hacer el bien en pro de los demás.
Yo sé que este tema es muy polémico, pero creo que si no se pone en
el centro de la discusión y del debate, no iremos al fondo del problema.
Tenemos que convencer y persuadir que si no buscamos alcanzar un ideal
moral, no se podrá transformar a México. Sólo así podremos hacer frente a
la mancha negra de individualismo, codicia y odio que se viene
extendiendo cada vez más y que nos ha llevado a la degradación
progresiva como sociedad y como nación.
Quienes piensan que este tema no corresponde a la política, olvidan
que la meta última de la política es lograr el amor, hacer el bien,
porque en ello está la verdadera felicidad. Baste señalar que, desde
1776, en la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica, se
propone como uno de sus objetivos
fomentar la felicidad,
a fin de formar una unión más perfecta. En el artículo primero de la Constitución francesa de 1793 se menciona que
el fin de la sociedad es la felicidad común. Asimismo, en nuestra Constitución de Apatzingán de 1814, se estableció el derecho del pueblo a la felicidad. Hay también quienes sostienen que hablar de fortalecer los valores espirituales es inmiscuirse en el terreno de lo religioso. La respuesta sobre este asunto la da Alfonso Reyes, de manera magistral, en su Cartilla Moral. Dice que
el bien no sólo es obligatorio para el creyente, sino para todos los hombres en general. El bien no sólo se funda en una recompensa que el religioso espera recibir en el cielo. Se funda también en razones que pertenecen a este mundo.
En los pueblos de Oaxaca, por ejemplo, los miembros de la comunidad
practican sus creencias religiosas y, al mismo tiempo, trabajan en obras
públicas y en cargos de gobierno, sin recibir salario o sueldo,
motivados por el principio moral de que se debe servir a los demás, a la
colectividad. No domina el individualismo; la persona no vale por lo
que tiene o por los bienes materiales que acumule, sino por el prestigio
que logra después de probar su vocación de servicio, su rectitud y el
amor a sus semejantes, y esa es su mayor recompensa en la tierra.
Luego entonces, el propósito es contribuir en la formación de mujeres
y hombres buenos y felices, con la premisa de que ser bueno es el único
modo de ser dichoso.
El que tiene la conciencia tranquila duerme bien, vive contento. Debemos insistir en que hacer el bien es el principal de nuestros deberes morales. El bien es una cuestión de amor y de respeto a lo que es bueno para todos. Además, la felicidad no se logra acumulando riquezas, títulos o fama, sino estando bien con nuestra conciencia, con nosotros mismos y con el prójimo.
La felicidad profunda y verdadera no consiste en los placeres
momentáneos y fugaces. Ellos aportan felicidad sólo en el momento que
existen y después queda el vacío de la vida que puede ser terriblemente
triste y angustioso. Cuando se pretende sustituir la entrega al bien con
esos placeres efímeros puede suceder que éstos conduzcan a los vicios, a
la corrupción y que aumente más y más la infelicidad humana. En
consecuencia, es necesario centrar la vida en hacer el bien, en el amor,
y a su vez, armonizar los placeres que ayudan a aliviar las tensiones e
insatisfacciones de la vida. José Martí decía que el autolimitarnos, la
doma de sí mismo, forja la personalidad, embellece la vida y da
felicidad. Pero en caso de conflicto o cuando se tiene que optar,
inclinarse por el bien ha de predominar sobre los placeres momentáneos.
Por eso es muy importante una elaboración libre, personal, sobre lo que
constituye el bien para cada uno de nosotros, según sea nuestra manera
de ser y de pensar, nuestra historia vital y nuestras circunstancias
sociales.
Sin embargo, existen preceptos generales que son aceptados como
fuente de la felicidad humana. Alfonso Reyes, en su Cartilla Moral, los
aborda
desde el más individual hasta el más general,
desde el más personal hasta el más impersonal, podemos imaginarlos, dice,
como una serie de círculos concéntricos,
comenzamos por el interior y vamos tocando otro círculo más amplio. Según Reyes, son seis preceptos básicos los que forman parte del
código del bien: el respeto a nuestra persona en cuerpo y alma; el respeto a la familia; el respeto a la sociedad humana en general, y a la sociedad en particular; el respeto a la patria; el respeto a la especie humana; y el respeto a la naturaleza que nos rodea.
Mucho antes, León Tolstoi en su libro Cuál es mi fe,
sostenía que son cinco las condiciones para la felicidad terrenal
admitidas generalmente por todo mundo: el poder gozar del cielo, del
sol, del aire puro, de toda la naturaleza; el trabajo que nos gusta y
hemos elegido libremente; la armonía familiar; la comunión libre y
afectuosa con todos los hombres; la salud, y la muerte sin enfermedad.
Por supuesto que hay otros preceptos que deben ser exaltados y
difundidos: el apego a la verdad, la honestidad, la justicia, la
austeridad, la ternura, el cariño, la no violencia, la libertad, la
dignidad, la igualdad, la fraternidad y a la verdadera legalidad.
También deben incluirse valores y derechos de nuestro tiempo, como la no
discriminación, la diversidad, la pluralidad y el derecho a la libre
manifestación de las ideas. Y en todo ello, no dejar de admitir que en
nuestras familias y pueblos existe una reserva moral de importantes
valores de nuestras culturas que se han venido forjando de la mezcla de
distintas civilizaciones y, en particular, de la admirable persistencia
de la gran civilización mesoamericana.
En suma, estos fundamentos para una república amorosa deben
convertirse en un código del bien. De ahí que hagamos el compromiso de
convocar con este propósito a la elaboración de una constitución moral a
especialistas en la materia, filósofos, sicólogos, sociólogos,
antropólogos y a todos aquellos que tengan algo que aportar al respecto,
como los ancianos venerables de las comunidades indígenas, los
maestros, las padres y madres de familia, los jóvenes, los escritores,
las mujeres, los empresarios, los defensores de la diversidad y de los
derechos humanos, los practicantes de todas las religiones y los libre
pensadores.
Una vez elaborada esta constitución moral, debemos hacer el
compromiso de fomentar estos valores mediante todos los medios posibles.
Introducir en la enseñanza la educación moral, darle toda la
importancia que tienen materias como el civismo, la ética y la
filosofía; propagar virtudes y destacar ejemplos positivos en los medios
de comunicación. El propósito no sólo es frenar la corrupción política y
moral que nos está hundiendo como sociedad y como nación, sino
establecer las bases para una convivencia futura sustentada en el amor y
en hacer el bien para alcanzar la verdadera felicidad.
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