sábado, 3 de diciembre de 2011

The Beatles / "Rarities" [2011]

En defensa del amor romántico / Julio Muñoz Rubio*

¿El amor es una construcción cultural o una necesidad biológica, un mero impulso para replicar nuestra herencia genética?            

 
Hace más de tres décadas, concretamente en 1975 y 1976, aparecieron publicados un par de libros vulgarmente basados en la teoría darwinista de la evolución. El primero se tituló Sociobiología: La nueva síntesis del entomólogo norteamericano Edward O. Wilson; el segundo fue El gen egoísta, del zoólogo británico Richard Dawkins. Ambos libros, obras capitales de la sociobiología dieron la vuelta al mundo provocando enconados debates. Años después, a partir de la década de los años noventa, han aparecido publicaciones de autores como Steve Pinker, Matt Rildey o Leda Cosmides quienes se encuentran entre los fundadores de la llamada psicología evolutiva, hija predilecta de la sociobiología.

Tanto una como otra de estas disciplinas afirman que toda conducta social humana está determinada biológicamente y es el resultado de adaptaciones producidas por los mecanismos evolutivos de selección natural. Aunque llenas de vulgaridad, estas ramas de la biología evolutiva han abierto las puertas a investigaciones que buscan encontrar una respuesta al problema de las causas de fondo del comportamiento humano.

Tales investigaciones parten del principio de que si los seres humanos somos en primera instancia entes biológicos, entonces todas nuestras respuestas a los estímulos ambientales deben verse desde la óptica de esa constitución natural. Así, el papel de la historia y de la cultura quedan relegados a un segundo plano, predominando una visión reduccionista, que explica la naturaleza humana en función de copias de genes y estímulos físico-químicos. Las características psicológicas y culturales se heredan y seleccionan de la misma manera que las características morfológicas y fisiológicas.
Las personas que defienden estas tesis ven en la evolución un proceso lineal en el cual lo único que se presenta es una adición cuantitativa de lo ya existente en las etapas previas; no admiten que en la variación de las especies se presenten cambios cualitativos que, entre otras muchas cosas, permitan explicar al ser humano no únicamente de acuerdo con las leyes biológicas, sino además, en función de otras leyes propias y únicas para esta especie.

Esa visión lineal y reduccionista de la evolución es equivocada. A lo largo de la historia del mundo vivo han existido cambios tales que el producto que resulta de ellos ya no puede juzgarse en función de las reglas de lo que antes existía, sino que tienen que formularse otras distintas. Así es en el caso del paso de la reproducción asexual a la sexual, de la aparición de la fotosíntesis, en la aparición de la multicelularidad o de las respiraciones aerobia y anaerobia. Dentro de la evolución siempre aparecen nuevas formas de evolución.

¿Biologizar la cultura?


Pero dentro de la visión reduccionista de la biología, el ser humano es una especie que en esencia se comporta como cualquiera otra especie biológica. De esta manera, toda conducta humana se observa dirigida al cumplimiento de un objetivo supremo, que es el de todos los seres vivos: el de la reproducción biológica y a través de ella de la supervivencia de la especie. Ante la inevitabilidad de la muerte individual, el ser humano debe, conscientemente o no, buscar la replicación de sus genes para transmitirlos a las generaciones subsiguientes. Consecuente con esta visión que nos despoja de nuestra voluntad, nuestra conciencia y nuestra responsabilidad para construir una vida propia, el ya citado Richard Dawkins, exclamó al inicio de su best seller El gen egoísta: “Somos máquinas de supervivencia —robots ciegamente programados para preservar las moléculas egoístas conocidas como genes”.


Así pues, asistimos a una biologización incesante y galopante de todos los valores y sentimientos humanos. Y uno de los muchos aspectos de la conducta que han sido biologizados es el de los sentimientos amorosos. Resulta ser que hemos vivido engañados por las malas interpretaciones de nuestra conducta; resulta ser que en realidad el amor no existe, así lo han expresado los partidarios contemporáneos del biologicismo, como todos los arriba citados y otros más como George Alcock o Helen Fisher (autora de un intragable libro intitulado La naturaleza del amor), quienes sostienen que el amor se explica exclusivamente en función de intereses biológicos reproductivos, traducidos como estímulos neuro-químicos; que no existe en realidad ninguna esfera propia del ser humano para expresar la atracción subjetiva, la admiración por las cualidades de otra persona, el deseo de aproximarse a ella, ya sea física o espiritualmente, que los ritos de coqueteo o ligue son órdenes dictadas por los ácidos nucleicos para conseguir pareja reproductiva; todo esto significa que el reconocimiento a la belleza, al talento, la sensibilidad de las personas; el deseo de su compañía para cultivar esas habilidades o para gozar del placer de una relación sexual, no son una actividad peculiar humana, autónoma de su ser biológico, sino son más bien engaños, verdaderos señuelos fabricados por nuestros genes para garantizar la mejor forma de replicación de sí mismos. El ser humano, pues, no tendría una cultura o en el mejor de los casos, ésta existiría, como una forma de expresión de las necesidades genéticas.

El amor es un fin

Resulta así que Dafnis y Cloe, Romeo y Julieta, Lotte y Werther, Tristán e Isolda y desde luego Longo, Shakespeare, Goethe y Wagner, no pueden explicarse como resultado de la creatividad, como resultado del impulso espiritual que es un fin para el ser humano. De acuerdo con la visión biologicista, las emociones por ellos expresadas no serían fines de la existencia humana. Resulta ser que, para estos simplistas intérpretes de la evolución, milenios de exaltación de las pasiones más elevadas y sublimes, expresadas a través del arte, la épica y la filosofía, eran en realidad reivindicación de la biología de conexiones nerviosas, de la síntesis de hormonas o de la replicación de hebras de ácidos ribo y desoxirribonucleicos. A la basura pueden irse John y Yoko, Marco Antonio y Cleopatra, Bosie y Oscar Wilde, Anaís y June, junto con todos los resultados de sus encendidas e indestructibles pasiones. Este tipo de conclusiones biologicistas, cubiertas con el manto de lo científico, coadyuvan en la tarea patriarcal-judeocristiana-capitalista de aplastar y negar la esfera de los deseos o someterla a intereses externos al humano y convertirnos en entes funcionales al servicio de esos intereses: Dios, dinero, propiedad privada, patria, estado, familia, genes. Nunca  el ser humano mismo, íntegro, pleno, libre, dueño de sí mismo. Nunca un ser humano completo, responsable, sensible, consciente.

Por eso desde los tiempos de la publicación de la Sociobiología de Edward Wilson, otros evolucionistas, como Richard Lewontin o Stephen Jay Gould, encabezando a un grupo numeroso de críticos del determinismo biológico, expresaron que “La razón de la supervivencia de estas recurrentes teorías deterministas es que consistentemente tienden a proveer de una justificación genética del status quo y de los privilegios de raza, clase o sexo existentes para ciertos grupos”.

Ahí es donde debe buscarse la razón de ser de la reducción al absurdo del sentimiento amoroso, pero en última instancia para todas y todos los que estamos o hemos estado apasionadamente enamorados al menos alguna vez en nuestras vidas, la bioquímica y biofísica de nuestros sistemas nerviosos nos tiene absolutamente sin cuidado. Gracias a tantos osados investigadores por sus “descubrimientos científicos” sobre la naturaleza biológica del amor, pero desafortunadamente para ellos, frente a la presencia o la ausencia de los seres amados, frente a su proximidad o lejanía, tales descubrimientos resultan absolutamente irrelevantes. Tanto el amor romántico como la teoría de la evolución sobrevivirán afortunadamente a todos los intentos de falsificación y vulgarización.

     
* Doctor en Filosofía de la Ciencia. Investigador del Centro de Investigación Interdisciplinaria en Ciencias y Humanidades, de la UNAM.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

LUCK is an ATTITUDE



Globalización / Néstor Martínez

Allá lejos de tu patria
decidieron la muerte de tu raza
no vieron tus lágrimas
de impotencia centenaria
ni tu bolsillo vacío
de aspiraciones perdidas
ni la desesperanza frente a la muerte
de los niños hambrientos
ni oyeron tus ruegos
de paz y justicia
ni el protestar de tu estómago
frente a la opulencia prohibida
ni el campo arrasado
de cosechas inútiles
ni la sed abrasadora
frente a las fuentes secas
Allá lejos, con aire acondicionado,
seres extraños, de camisa blanca y corbata,
en oficinas cerradas, iluminadas,
planearon el despojo
de tu patria, tu cultura,
de tu tierra, de tus hijos,
Allá lejos
se oye el trepidar de huesos
bajar de las montañas,
salir de las ciudades,
de las selvas, de los campos,
con el rayo en la mano...

sábado, 26 de noviembre de 2011

My experiment with smart drugs / Johann Hari

It was in March, in the drizzle, that I realized my brain was burned out. Like a rusty engine, I could hear it chug-chug and splutter – but it would never quite start running at top speed. I had just come back from a rough month-long work-trip to Bangladesh, and I had an Everest of work in front of me. It was all fascinating, and all urgent – but I was plodding though it at half my normal speed. I needed to be performing at my best; instead I was at my worst. I stared at the London rain from my window, and slogged on.

That’s when I stumbled across a small story in an American scientific magazine. It said there was a spiky debate across America’s universities about the increasing use by students of a drug called Provigil. It was, they said, Viagra for the brain. It was originally designed for narcoleptics in the seventies, but clinical trials had stumbled across something odd: if you give it to non-narcoleptics, they just become smarter. Their memory and concentration improves considerably, and so does their IQ.

It’s not an amphetamine or stimulant, the article explained: it doesn’t make you high, or wired. It seems to work by restricting the parts of your brain that make you sluggish or sleepy. No significant negative effects have been discovered. Now students are using it in the run-up to exams as a “smart drug” – a steroid for the mind.

It sounded perfect. A few clicks on-line and I found I could order it from a foreign pharmacy, just £30 for a month’s supply. I called a friend who is a GP, and told her what I was thinking of. She’d heard of people using the drug, and went away and looked up the details. “I think it’s a stupid thing to do, because you shouldn’t ever take drugs you don’t need,” she said when she called back. “Do I think it’ll seriously harm you? No, I don’t. But you’d be much better off taking a long holiday than narcolepsy pills.” Then she warned me: “There is one known side-effect.” Oh, damn I thought. A downside. “It often causes people to lose weight.” Are you mad? You become cleverer and thinner? I whipped out my Visa card immediately.

A week later, the little white pills arrived in the post. I sat down and took one 200mg tablet with a glass of water. It didn’t seem odd: for years, I took an anti-depressant. Then I pottered about the flat for an hour, listening to music and tidying up, before sitting down on the settee. I picked up a book about quantum physics and super-string theory I have been meaning to read for ages, for a column I’m thinking of writing. It had been hanging over me, daring me to read it. Five hours later, I realised I had hit the last page. I looked up. It was getting dark outside. I was hungry. I hadn’t noticed anything, except the words I was reading, and they came in cool, clear passages; I didn’t stop or stumble once.

Perplexed, I got up, made a sandwich – and I was overcome with the urge to write an article that had been kicking around my subconscious for months. It rushed out of me in a few hours, and it was better than usual. My mood wasn’t any different; I wasn’t high. My heart wasn’t beating any faster. I was just able to glide into a state of concentration – deep, cool, effortless concentration. It was like I had opened a window in my brain and all the stuffy air had seeped out, to be replaced by a calm breeze.

Once that article was finished, I wanted to do more. I wrote another article, all of it springing out of my mind effortlessly. Then I go to dinner with a few friends, and I decide not to tell them, to see if they notice anything. At the end of the dinner, my mate Jess turns to me and says, “You seem very thoughtful tonight.”

That night, I lay in bed, and I couldn’t sleep. I wasn’t restless or tetchy; I just kept thinking very clearly, and I wanted to write it all down. I remembered there’s a long history of people in high-pressure jobs using stimulants when their brains lost their sponginess: Anthony Eden was taking Benzedrine all through the Suez Crisis, and Jean-Paul Sartre wrote several of his novels while pumped on mescaline. Admittedly, these precedents aren’t encouraging: Eden had a break-down, and Sartre’s brain was so cooked that for the rest of his life, he had the recurring fear that he was being followed by a giant lobster. Am I making a stupid mistake? Am I mad?

The next morning I woke up and felt immediately alert. Normally it takes a coffee and an hour to kick-start my brain; today I’m ready to go from the second I rise. And so it continues like this, for five days: I inhale books and exhale articles effortlessly. My friends all say I seem more contemplative, less rushed – which is odd, because I’m doing more than normal. One sixty-something journalist friend says she remembers taking Benzadrine in the sixties to get through marathon articles, but she’d collapse after four or five says and need a long, long sleep. I don’t feel like that. I keep waiting for an exhausted crash, and it doesn’t seem to come.
When the American journalist David Plotz took Provigil, he said it should be given a slogan. Just as valium was marketed as “the housewife’s little helper,” he said this should be sold as “the boss’ little helper.” It makes you work better and harder than before.

It’s hard to explain Provigil’s effects beyond that. Normally, one day out of seven I have a day when I’m working at my best – I’ve slept really well, and everything comes easily and fast. Provigil makes every day into that kind of day. It’s like I have been upgraded to a new operating system: Johann 3.0. On discussion boards, I talk to American student doctors taking the drug, who say they feel exactly the same way. “I keep thinking – where’s the catch?” one says. It turns out it is being given to US soldiers too.

It was then that I noticed: I just wasn’t very hungry. I am normally porcine; my ex once seriously considered having a trough made for me. But on Provigil, I was filled up by a bowl of soup and a piece of bread. I would feel stuffed half-way through my normal meals, and push the food away unfinished. One of my friends howled: “Who are you, and what have you done with the real Johann?”

Is all this just the placebo effect: I expect it to do this to me, so it does? Perhaps. But in the clinical trials, it worked much better than the placebo. But then I began to worry again. We don’t know the long-term effects of this drug: nobody has been taking it for long. What if it causes your brain to deplete its resources and wear out? My wonderful grandmother has dementia, her life and personality dissolving in lost memories; no short-term concentration is worth that. A friend says to me one afternoon, “Why do you always feel like you’re not good enough, and you need some kind of chemical enhancement?” It makes me wonder. There are also concerns that if you take it for too long, it can become addictive. So after five days on, I decided to take three days off, to see what would happen.

It was easy. I painlessly sagged back to my former somewhat-depleted state, as though the Provigil had never happened. I worked in my usual stop-start bursts. I ate my usual portions-and-a-half. I stared sadly at the pack of Provigil, and every time I hit a mental stumbling block, I had to discipline myself not to crack out a Provigil.

As soon as my three days were up and I started again, my brain revved back into super-speed and my stomach began to shrivel. But this time I began to worry about the ethics of it all. If this drug had been available during my A-Levels or finals, I would have been the first to guzzle it down. But isn’t that cheating? What’s the difference between Provigil for students and steroids for athletes? And if this drug becomes as popular as, say, anti-depressants or Ritalin, won’t there be a social pressure for workers to take it? Many parents feel intensely pressured by schools today to drug away their child’s disobedience; will they feel pressured by their bosses to drug away their natural fatigue?

Professor Anjan Chatterjee says, “This age of cosmetic neurology is coming, and we need to know it’s coming.” The use of Provigil and its progeny will be mainstream and mainlined in just a few years, he argues, and this made me feel excited by the prospect – and anxious. But all this raced through my brain as I worked faster (and ate less) than I ever have: it was hard to dwell on the drawbacks in those circumstances. As the end of my final five days approached, I had to decide what to do. Do I order another pack? Do I try to think all my thoughts at a faster pace from here on in with the power of Provigil?

I paced and agonised and finally concluded that taking narcolepsy drugs when you don’t have narcolepsy is just stupid. Our lack of knowledge about what it does to your brain was, in the end, a deal-breaker for me. Perhaps in sixty years we’ll know for sure it’s safe, and I will have spent my life at only sixty percent brain-capacity – but I’d rather risk that than brain damage. So I have cut a deal with myself. I am keeping a pack in the bathroom cabinet for the days when I am really knackered and have to be able to work fast and fluently – but I won’t ever take more than two or three a month.

As I put the tablets aside, I look out over my flat. My desk is piled high with the vast quantities of work I have pumped out. My cupboards are full of uneaten food. The whole place is freakishly clean, something I did in my spare time, without even thinking about it. Ah, Provigil, you are a gorgeous temptress. With a sad sigh, I close the bathroom cabinet on her sweet temptation, and stumble back to my slow, patchy life, with my slow, patchy brain.

Procol Harum / Shine On Brightly [1968]

George Orwell / Animal Farm [1946]

George Orwell - Granja Animal

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Juan Son & Sussie 4 / Navajas




¿Facebook es Matrix o Matrix es Facebook? / José Steinsleger

Reyna, hermoso nombre (¿seudónimo?) de un@ lectora, me dijo: vive usted en los 60. Lo tomé como cumplido y recordé las palabras de Paul Nizan al empezar Adén Arabia, estimulante librito de viajes: Yo tenía veinte años. No permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida (1932).

Creo que la generación del 60 tuvo el coraje de escapar de la caverna de Platón. Julio Cortázar cavilaba entonces sobre las miserias del hic et nunc, y “…el sentimiento del absurdo por el que nos definimos y definimos el mundo”.

En La vuelta al día en 80 mundos, Cortázar nos presentó a Jules Laforgue (poeta y amigo del comunero Arthur Rimbaud), quien para ordenar la agenda mostró un recurso sencillo: “…¿para qué la vaporosa metafísica cuando tenemos a mano la física palpable?”.

Algunos intuimos que el otro Julio (Verne) había sido algo más que un autor de ciencia-ficción. Ubiquémonos. Es correcto asociar los 60 (y parte de los 70) con lo antiguo y pasado, mas no sería conveniente igualar las tres vertientes revolucionarias de la época: la real (Cuba), la ideal (París 1968), y la virtual que, sigilosamente, empezó a programar el mundo de nuestros días.

La vuelta al día… apareció en sincronía con el grupo de investigadores estadunidenses que se enfrascaron (sin proponérselo) en la tarea que progresivamente confundió ciencia y tecnología, hardware y software, desarrollo y crecimiento, sexualidad y sexo, redes y telarañas, etcétera (Network Working Group, NWG, 1968).

Seguramente, aquellos muchachos tan pragmáticos se habían formado en las 13 virtudes de Benjamín Franklin. Y a ellos, más el generoso apoyo del Pentágono, la belicista corporación Rand, y la teoría de redes del polaco Paul Baran (fallecido en marzo pasado), debemos los primeros protocolos que permitieron interactuar a las computadoras: el interface message processor, o interfaz.

La primera red fue un sistema de intercomunicación militar (Arpanet, 1967), y se conectó en 1969. Luego, en 1971, Ray Tomlinson inventó el correo y el arroba (@), y un año después se realizó la primera presentación pública en Washington. En 1983, con la creación de los protocolos TCP/IP, nació Internet: la red de redes.

No sigo con la historia de una tecnología, porque el asunto de marras es un programa: Facebook. Ahora bien: ¿programa para qué? Mark Zuckerberg sostiene que su creación trata de ayudar a la gente a compartir información con sus amigos. Sin embargo, a inicios de mayo pasado, en el programa de televisión Russia Today, el experto en redes y enredos Julian Assange, director de Wikileaks, dijo que Facebook es la máquina de espionaje más terrible del mundo, jamás inventada.


Con ánimo sesentista (quiero decir: no neutral), creo que Mark Zuckerberg (26 años) es uno más de los geniecillos empecinados en convencernos de que la sociedad puede cambiar a través de la tecnología. Y Assange (41), una suerte de hijo pródigo de aquellos que (ideológicamente correctos), buscaban el cambio social con buenos sentimientos libertarios.

No cabe sino agradecer a Julian los servicios prestados para saber de lo sabido y no difundido. En cambio, me resulta difícil desligar el programa de Facebook de películas de ciencia ficción como las de la trilogía Matrix (1999-2003). ¿La recordamos? En la dimensión Matrix, la vida de casi todos los seres humanos ha sido esclavizada por las máquinas y las inteligencias artificiales, y viven en estado de simulación social en un mundo ilusorio.

Las películas de Zuckerberg acaban de empezar. ¿Cuántas versiones habrá en cartelera? En 2008 y 2009, con millares de espectadores (¿usuarios?), vimos Un millón de voces contra las FARC, Mil personas que odian a Hugo Chávez, La misteriosa eliminación del perfil de la televisión del partido de los comunistas italianos y El nuevo banco de datos de los terroristas internacionales.

En 2010 fue estrenada Facebook borra la página sueca de Wikileaks (con 30 mil usuarios), y la película de siempre reciclada desde hace más de medio siglo: el portal de Cubadebate cerrado por la denuncia de YouTube sobre derechos de autor (un video sobre el terrorista de la CIA Luis Posada Carriles), y la campaña Por el levantamiento popular en Cuba.

Frente a las manifestaciones del pueblo egipcio, el instituto sionista Albert Einstein (con sede en Washington), remitió a los usuarios de Facebook y Twitter instrucciones del Departamento de Estado y la CIA (cómo vestirse, por dónde circular, qué gritar: ¡La policía y el pueblo contra la injusticia! ¡Viva Egipto!
El 15 de mayo último, a petición del gobierno de Israel y con motivo de otro aniversario de la Nakba (exterminio), Zuckerberg borró las cuentas de medio millón de usuarios que en Facebook defendían la causa palestina.

Como imagino que Reyna debe andar por los veinte y pico, anhelo, de todo corazón, que en 2050 no se vea en la situación de explicarle a los nietos, por qué buena parte de su generación consintió en regresar, sumisa y amigablemente, a la cueva del venerable filósofo conservador.




miércoles, 9 de noviembre de 2011

Los Locos / Roque Dalton Garcia


A los locos no nos quedan bien los nombres.

Los demás seres
llevan sus nombres como vestidos nuevos,
los balbucean al fundar amigos,
los hacen imprimir en tarjetitas blancas
que luego van de mano en mano
con la alegría de las cosas simples.

Y qué alegría muestran los Alfredos, los Antonios,
los pobres Juanes y los taciturnos Sergios,
los Alejandros con olor a mar!

Todos extienden, desde la misma garganta con que cantan
sus nombres envidiables como banderas bélicas,
tus nombres que se quedan en la tierra sonando
aunque ellos con sus huesos se vayan a la sombra.

Pero los locos, ay señor, los locos
que de tanto olvidar nos asfixiamos,
los pobres locos que hasta la risa confundimos
y a quienes la alegría se nos llena de lágrimas,
cómo vamos a andar con los nombres a rastras,
cuidándolos,
puliéndolos como mínimos animales de plata,
viendo con estos ojos que ni el sueño somete
que no se pierdan entre el polvo que nos halaga y odia?

Los locos no podemos anhelar que nos nombren
pero también lo olvidaremos…

martes, 27 de septiembre de 2011

Pumuky / Quinta da Regaleira

lunes, 26 de septiembre de 2011

Bíblico También / Federico Hernández Aguilar

 
Usted quédese amando al prójimo

A mí la que me gusta es la prójima

Toda próxima
la prójima me gusta más porque sonríe
porque quiere y no quiere con los ojos
porque se aprieta el pecho con soltura
y cierra las piernas con codicia

Usted quédese amando al prójimo

Yo prefiero a la prójima que mira
que sabe que toca que prueba

samaritana
magdalena
repentina
la sin piedras
la de nunca por si acaso
la que enseña a dudar de verdad
en salones repletos de prójimos

Quédese pues
usted
amando al prójimo

que yo seguiré a la prójima
prófuga
próxima
pródiga

Radiohead / TKOL RMX 1234567 [2011]

Todas las canciones hablan de mí...



He estado intentando convencerme de que abandonar a una persona no es lo peor que se le puede hacer. Puede resultar doloroso, pero no tiene porque ser una tragedia. Si uno no dejase nunca a nada ni a nadie no tendría espacio para lo nuevo. Evolucionar constituye una infidelidad, a los demás, al pasado, a las antiguas opiniones de uno mismo… Cada día debería tener al menos una infidelidad esencial, una traición necesaria, se trataría de un acto optimista… esperanzador… que garantizaría la fé en el futuro… una afirmación de que las cosas no pueden ser solo diferentes… sino mejores…

viernes, 23 de septiembre de 2011

James Blake / Essential Mix

= James Blake - Essential Mix =



[00:00] 01. Essential Mix – Intro
[03:44] 02. Erik Satie – Gnossienne No. 5
[07:12] 03. James Blake – Olivia Kept
[13:16] 04. James Blake vs. Drake – Half Heat Full vs. Up All Night
[17:15] 05. James Blake – Pan
[18:51] 06. SALEM – Trapdoor
[23:18] 07. Snoop Dogg – Drop It Like It’s Not (Harmonimix)
[25:01] 08. ID – ID
[27:15] 09. Klaus – Tarry
[28:19] 10. D’Angelo – One Mo’ Gin
[33:33] 11. Joy O – Sicko Cell
[36:02] 12. Blawan – What You Do With What You Have
[39:44] 13. James Blake – No More Than A Road (Dub)
[41:56] 14. James Blake – At Birth (Dub)
[45:48] 15. The Chain – Suffer For Your Art
[52:27] 16. Peverelist – Roll With The Punches (Harmonimix)
[55:56] 17. ID – Navigator
[58:44] 18. Outkast – Return Of The G
[61:45] 19. Africa HiTech – Out In The Street
[64:42] 20. DJ Nate – 3 Peat
[66:21] 21. James Blake – Deeds
[68:25] 22. Gavin Bryars – Three Elegies for Nine Clarinets II
[72:12] 23. Gavin Bryars – Three Elegies for Nine Clarinets III
[78:14] 24. Johann Johannsson – Odi Et Amo
[82:29] 25. Grouper – Vessel
[86:16] 26. James Blake – ID
[88:15] 27. James Blake – ID
[90:27] 28. ID – What Was It?
[92:55] 29. The Tallest Man On Earth – Love Is All
[97:07] 30. SALEM – Redlights
[100:02] 31. Rev. James Cleveland – Jesus Saves
[103:54] 32. Trim – Confidence Boost (Harmonimix)
[107:44] 33. James Blake – Evening Fell Hard For Us
[110:37] 34. James Blake – Placing Us
[114:30] 35. James Blake – Words We Both Know
[115:29] 36. Arthur Russell – Love Comes Back
[117:53] 37.
Stevie Wonder – You & I

sábado, 10 de septiembre de 2011

Pink Floyd / Any Colour You Like

Pink Floyd "Any Colour You Like" by +dB

Explosions In The Sky / Last Known Surroundings

Last Known Surroundings by user6475848

¿Puedo pedírtelo todo?

” Quiero decir que no puedo ser absolutamente leal, no está dentro de lo que soy capaz. Me gustan las mujeres, o la vida, demasiado… no sé cuál de las dos cosas. Pero ríe, Anaïs. Me encantaría oírte reír. Eres la única mujer que tiene un sentido de la alegría, una sabia tolerancia; no, es más, parece que me instas a que te traicione. Por eso te amo. Y ¿qué es lo que te lleva a hacer eso, el amor? Es hermoso amar y ser libre al mismo tiempo.
No sé lo que espero de ti, pero es algo parecido a un milagro. Te voy a exigir todo, hasta lo imposible, porque me animas a ello. Eres realmente fuerte. Me gusta incluso tu engaño, tu traición. Me parece aristocrático (¿suena inapropiada la palabra aristocrático en mi boca?).
Sí, Anaïs, pensaba en como traicionarte, pero no puedo. Te deseo. Quiero desnudarte, vulgarizarte un poco… no sé, ay, lo que me digo. Estoy un poco bebido porque tú no te encuentras aquí. Me gustaría dar una palmada y voila, ¡Anaïs! Quiero que seas mía, usarte, follarte, enseñarte cosas. No, no siento aprecio por ti, ¡no lo permita Dios! Tal vez quiera hasta humillarte un poco, ¿por qué? ¿Por qué? ¿Por qué no me arrodillo ante ti y te adoro? No puedo, te amo alegremente ¿te gusta eso? Y querida Anaïs, soy tantas cosas. Ves solamente las cosas buenas ahora, o al menos eso es lo que me haces creer. Quiero tenerte al menos un día entero conmigo. Quiero ir a sitios contigo, poseerte. No sabes lo insaciable que soy, ni lo miserable, además de egoísta.
Me he portado bien contigo. Pero te advierto, no soy ningún ángel. Pienso principalmente que estoy un poco borracho. Me voy a la cama; resulta demasiado doloroso permanecer despierto. Soy insaciable. Te pediré que hagas lo imposible. No sé lo que es. Probablemente tú me lo dirás. Eres más rápida que yo. Me encanta tu coño, Anaïs, me vuelve loco. Y tu manera de pronunciar mi nombre. ¡Dios mío, parece irreal! Escucha, estoy muy ebrio. No soporto estar aquí solo. Te necesito. ¿Puedo pedírtelo todo? Puedo ¿verdad? Ven enseguida y fóllame. Descarga conmigo. Rodéame con las piernas. Caliéntame.”



Navajas / Juan Son & Sussie 4


viernes, 9 de septiembre de 2011

La Ciudad y los Perros / Mario Vargas Llosa

Foals / Total Life Forever

Total Life Forever by subpop

Triángulo de Amor Bizarro / Triángulo de Amor Bizarro

Chingada



Tú la pronunciarás: es tu palabra: y tu palabra es la mía; palabra de honor : palabra de hombre: palabra de rueda: palabra de molino: imprecación, propósito saludo, proyecto de vida, filiación, recuerdo, voz de los desesperados liberación de los pobres, orden de los poderosos, invitación a la riña y al trabajo, epígrafe del amor, signo del nacimiento, amenaza y burla, verbo testigo, compañero de la fiesta y de la borrachera, espada del valor, trono de la fuerza, colmillo de la marrullería, blasón de la raza, salvavidas de los límites, resumen de la historia: santo y seña de México: tu palabra:

-chingue a su madre

-hijo de la chingada

-aquí estamos los meros chingones

-déjate de chingaderas

-ahoritita me lo chingo

-ándale, chingaquedito

-no te dejes chingar

-me chingué a esa vieja

-chinga tú

-chingue usted

-chinga bien, sin ver a quién

-a chingar se ha dicho

-le chingué mil pesos

-chínguense aunque truenen

-chingaderitas las mías

-me chingó el jefe

-no me chingues el día

-vamos todos a la chingada

-me chingo pero no me rajo

-se chingaron al indio

-nos chingaron los gachupines

-me chingan los gringos

-viva México, jijos de su rechingada:

Tristeza, madrugada, tostada, tiznada, guayaba, el mal dormir: hijos de la palabra. Nacidos de la chingada, vivos por pura chingadera: vientre y mortaja, escondidos en la chingada. Ella da la cara, ella reparte la baraja, ella se juega el albur, ella arropa la reticencia y el doble juego, ella descubre la pendencia y el valor, ella embriaga, grita, sucumbe, vive en cada lecho, preside los fastos de la amistad, del odio y del poder. Nuestra palabra. Tú y, miembros de esa masonería: la orden de la chingada.  Eres quien eres porque supiste chingar y no te dejaste chingar; eres quien eres porque no supiste chingar y te dejaste chingar: cadena de la chingada que nos aprisiona a todos: eslabón arriba, eslabón abajo, unidos a todos los hijos de la chingada que nos precedieron y nos seguirán: heredarás la chingada desde arriba; la heredarás hacia abajo: eres hijo de los hijos de la chingada; serás padre de más hijos de la chingada: nuestra palabra, detrás de cada rostro, de cada rostro, de cada signo, de cada leperada: pinga de la chingada, verga de la chingada, culo de la chingada: la chingada te hace los mandados, la chingada te desflema el cuaresmeño,  te chingas a la chingada, la chingada te la pela, no tendrás madre, pero tendrás tu chingada: con la chingada te llevas a toda madre, es tu cuatezón, tu carnal, tu manito, tu vieja, tu peor-es-nada: la chingada: te truenas el esqueleto con la chingada; te sientes a todo dar con la chingada, te pones un pedorrales de órdago con la chingada, se te frunce el cutis con la chingada, pones los güevos por delante con la chingada: no te rajas con la chingada: te prendes a la ubre de la chingada:

¿A dónde vas con la chingada?

Oh misterio, oh engaño, oh nostalgia: crees que con ella regresarás a los orígenes: ¿a cuáles orígenes? No tú: nadie quiere regresar a la edad de oro mentirosa, a los orígenes siniestros, al gruñido bestial, a la lucha por la carne del oso, por la cueva y el pedernal, al sacrificio y a la locura, al terror sin nombre del origen, al fetiche inmolado, al miedo del sol, miedo de la tormenta, miedo del eclipse, miedo del fuego, miedo de las máscaras, terror de los ídolos, miedo de la pubertad, miedo del agua, miedo del hambre, miedo del desamparo, terror cósmico: chingada, pirámide de negaciones, teocalli del espanto

Oh misterio, oh engaño, oh espejismo: crees que con él caminarás hacia delante, te afirmarás: ¿a cuál futuro? No tú: nadie quiere caminar cargado de la maldición, de la sospecha, de la frustración, del resentimiento, del odio de la envidia, del rencor, del desprecio, de la inseguridad, de la miseria, del abuso, del insulto, de la intimidación, del falso orgullo, del machismo, de la corrupción de tu chingada chingada:

Déjala en el camino, asesínala con armas que no sean las tuyas: matémosla: matemos esa palabra que nos separa, nos petrifica, nos pudre con su doble veneno de ídolo y cruz: que no sea nuestra respuesta ni nuestra fragilidad:

Ora, mientras ese cura te embarra los labios, la nariz, los párpados, los brazos, las piernas, el sexo con la unción final: ruega: que no sea nuestra respuesta ni nuestra fragilidad: la chingada, hijos de la chingada, la chingada que envenena el amor, disuelve la amistad, aplasta la ternura, la chingada que divide, la chingada que separa, la chingada que destruye, la chingada que emponzoña: el coño erizado de serpientes y metal de la madre de piedra, la chingada:  el eructo borracho del sacerdote en la pirámide, del señor en el trono, del jerarca en la catedral: humo, España y Anáhuac, humo, abonos de la chingada, mesetas de la chingada, sacrificios de la chingada, honores de la chingada, esclavitudes de la chingada, templos de la chingada, lenguas de las chingada: ¿a quién chingarás hoy, para existir?, ¿a quién mañana? ¿a quien chingarás: usarás?: los hijos de la chingada son estos objetos, estos seres que tú convertirás en objetos de tu uso, tu placer, tu dominación, tu desprecio, tu victoria, tu vida: el hijo de la chingada es una cosa que tú usas: peor es nada

Te fatigas

No la vences

Oyes los murmullos de las otras oraciones que no escuchan tu propia oración: que no sea nuestra respuesta ni nuestra fatalidad: lávate de la chingada:

Te fatigas

No la vences

La has acarreado durante toda tu vida: esa cosa: eres un hijo de la chingada

Del ultraje que lavaste ultrajando a otros hombres

Del olvido que necesitas para recordar

De esa cadena sin fin de nuestra injusticia

Te fatigas

Me fatigas; me vences; me obligas a descender contigo a ese infierno; quieres recordar otras cosas, no eso: me obligas a olvidar que las cosas serán, nunca que son, nunca que fueron: me vences con la chingada

Te fatigas

Reposa

Sueña con tu inocencia

Di que intentaste, que tratarás: que un día la violación te pagará con la misma moneda, te devolverá su otra cara: cuando quieras ultrajar como joven lo que debías agradecer como viejo: el día en que te darás cuenta de algo, del fin de algo: un día en que amanecerás -te venzo- y te verás al espejo y verás, al fin, que habrás dejado algo atrás: lo recordarás: el primer día sin juventud, primer día de un nuevo tiempo: fíjalo, lo fijarás, como una estatua, para poder verlo en redondo: apartarás las cortinas para que entre una brisa temprana: ah, cómo te llenará, ah, te hará olvidar ese olor de incienso, ese olor que te persigue, ah, cómo te limpiará: no te permitirá insinuar siquiera la duda: no te conducirá al filo de esa primera duda

Carlos Fuentes


Mathew Dear / Slowdance

mathew dear - Slowdance by sophiagracequinn

El `Factor Dios´ / José Saramago

En algún lugar de la India. Una fila de piezas de artillería en posición. Atado a la boca de cada una de ellas hay un hombre. En primer plano de la fotografía, un oficial británico levanta la espada y va a dar orden de disparar. No disponemos de imágenes del efecto de los disparos, pero hasta la más obtusa de las imaginaciones podrá 'ver' cabezas y troncos dispersos por el campo de tiro, restos sanguinolentos, vísceras, miembros amputados. Los hombres eran rebeldes. En algún lugar de Angola. Dos soldados portugueses levantan por los brazos a un negro que quizá no esté muerto, otro soldado empuña un machete y se prepara para separar la cabeza del cuerpo. Esta es la primera fotografía. En la segunda, esta vez hay una segunda fotografía, la cabeza ya ha sido cortada, está clavada en un palo, y los soldados se ríen. El negro era un guerrillero. En algún lugar de Israel. Mientras algunos soldados israelíes inmovilizan a un palestino, otro militar le parte a martillazos los huesos de la mano derecha. El palestino había tirado piedras. Estados Unidos de América del Norte, ciudad de Nueva York. Dos aviones comerciales norteamericanos, secuestrados por terroristas relacionados con el integrismo islámico, se lanzan contra las torres del World Trade Center y las derriban. Por el mismo procedimiento un tercer avión causa daños enormes en el edificio del Pentágono, sede del poder bélico de Estados Unidos. Los muertos, enterrados entre los escombros, reducidos a migajas, volatilizados, se cuentan por millares.

Las fotografías de India, de Angola y de Israel nos lanzan el horror a la cara, las víctimas se nos muestran en el mismo momento de la tortura, de la agónica expectativa, de la muerte abyecta. En Nueva York, todo pareció irreal al principio, un episodio repetido y sin novedad de una catástrofe cinematográfica más, realmente arrebatadora por el grado de ilusión conseguido por el técnico de efectos especiales, pero limpio de estertores, de chorros de sangre, de carnes aplastadas, de huesos triturados, de mierda. El horror, escondido como un animal inmundo, esperó a que saliésemos de la estupefacción para saltarnos a la garganta. El horror dijo por primera vez 'aquí estoy' cuando aquellas personas se lanzaron al vacío como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror aparecerá a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una chapa de aluminio retorcida, y será una cabeza irreconocible, un brazo, una pierna, un abdomen deshecho, un tórax aplastado. Pero hasta esto mismo es repetitivo y monótono, en cierto modo ya conocido por las imágenes que nos llegaron de aquella Ruanda- de-un-millón-de-muertos, de aquel Vietnam cocido a napalm, de aquellas ejecuciones en estadios llenos de gente, de aquellos linchamientos y apaleamientos, de aquellos soldados iraquíes sepultados vivos bajo toneladas de arena, de aquellas bombas atómicas que arrasaron y calcinaron Hiroshima y Nagasaki, de aquellos crematorios nazis vomitando cenizas, de aquellos camiones para retirar cadáveres como si se tratase de basura. Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios. Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana. Al menos en señal de respeto por la vida, deberíamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los creyentes de cualquier religión no sólo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es más que un nombre, nada más que un nombre, el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un día y que vendría a dificultar nuestro paso a una humanización real. A cambio nos prometía paraísos y nos amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a una inteligencia y a un sentido común que tanto trabajo nos costó conseguir. Dice Nietzsche que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel. Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy los talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente textos sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa.


Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en él seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York, y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia. Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el `factor Dios´, ese, está presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y señor de ella. No es un dios, sino el `factor Dios´ el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden para América (la de Estados Unidos, no la otra...) la bendición divina. Y fue en el `factor Dios´ en lo que se transformó el dios islámico que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra las humillaciones. Se dirá que un dios se dedicó a sembrar vientos y que otro dios responde ahora con tempestades. Es posible, y quizá sea cierto. Pero no han sido ellos, pobres dioses sin culpa, ha sido el `factor Dios´, ese que es terriblemente igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religión que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia.


Al lector creyente (de cualquier creencia...) que haya conseguido soportar la repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que se pase al ateísmo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que comprenda, con el sentimiento, si no puede ser con la razón, que, si hay Dios, hay un solo Dios, y que, en su relación con él, lo que menos importa es el nombre que le han enseñado a darle. Y que desconfíe del `factor Dios´. No le faltan enemigos al espíritu humano, mas ese es uno de los más pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente seguirá demostrándose.