domingo, 25 de marzo de 2012

José Saramago / Dios y Ratzinger [Día 9, de O Caderno, José Saramago 2009 Caminho-Alfaguara]

¿Qué pensará Dios de Ratzinger? ¿Qué pensará Dios de la Iglesia Católica Apostólica Romana de la que este Ratzinger es soberano papa? Que yo sepa (y no hace falta decir que sé bastante poco), hasta hoy nadie se ha atrevido a formular estas heréticas preguntas, tal vez por saber, de antemano, que para ellas no hay ni habrá nunca respuesta. Como escribí en horas de vana interrogación metafísica, hará alrededor de quince años, Dios es el silencio del universo y el hombre el grito que da sentido a ese silencio. Está en los Cuadernos de Lanzarote y ha sido frecuentemente citado por teólogos de España, que tuvieron la bondad de leerme.
Claro que, para que Dios piense algo acerca de Ratzinger o de la Iglesia que el papa quiere salvar de una muerte más que previsible, sea por inanición, sea por no encontrar oídos que la escuchen, ni fe que le refuerce los cimientos, será necesario demostrar la existencia del dicho Dios, tarea entre todas imposible, pese a las supuestas pruebas "arquitectadas " por San Anselmo, o aquel ejemplo de San Agustín, de vaciar los océanos con un cubo agujereado o incluso sin agujero alguno.
Lo que Dios, en caso de que exista, debe de agradecerle a Ratzinger es la preocupación que viene manifestando en los últimos tiempos sobre el delicado estado de la fe católica. La gente no va a misa, ha dejado de creer en los dogmas y de cumplir preceptos que para sus antepasados, en la mayor parte de los casos, constituían la base de la propia vida espiritual, cuando no también de la vida material, como sucedía, por ejemplo, con muchos de los banqueros de los primordios del capitalismo, severos calvinistas y, por lo que se supone, de una honestidad personal y profesional a prueba de cualquier tentación demoníaca en forma de subprime.Quizá el lector piense que esta súbita inflexión en el trascendente asunto que me había propuesto abordar, el sinodo episcopal reunido en Roma, estaba destinada, a fin de cuentas, a introducir, con más o menos efecto dialéctico, una crítica al comportamiento irregular (es lo mínimo que se puede decir) de los banqueros contemporáneos nuestros. No era esa mi intención ni ésa es mi competencia, si alguna tengo.
Volvamos entonces a Ratzinger.A este hombre, seguro que inteligente e informado, con una vida activísima en los ámbitos vaticanos y adyacentes (baste decir que fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, continuadora, con otros métodos, del ominoso Tribunal del Santo Oficio, más conocido por Inquisición), se le ha ocurrido algo que no cabe esperar de alguien con su responsabilidad, cuya fe debemos respetar, aunque no la expresión de su pensamiento medieval. Escandalizado con los laicismos, frustrado por el abandono de los fieles, abrió la boca en la misa con que inició el sínodo para soltar enormidades como éstas: "Si contemplamos la Historia, nos vemos obligados a admitir que no son únicos este distanciamiento y esta rebelión de los cristianos incoherentes. Consecuentemente, Dios, aunque sin faltar nunca a su promesa de salvación, a menudo ha tenido que recurrir al castigo". En mi aldea se decía que Dios castiga sin palo ni piedra, luego es de temer que se esté preparando por ahí otro diluvio que ahogue de una vez por todas a los ateos, los agnósticos, los laicos en general y otros actores de desorden espiritual. A no ser, puesto que los designios de Dios son infinitos e ignotos, que el actual presidente de Estados Unidos ya forme parte del castigo que nos está reservado. Todo es posible si lo quiere Dios. Con la imprescindible condición de que exista, claro está. Si no existe (por lo menos nunca ha hablado con Ratzinger), entonces todo esto son cuentos que ya no asustan a nadie. Que Dios es eterno, dicen, y tiene tiempo para todo. Eterno será, lo admitimos para no contrariar al papa, pero su eternidad es sólo la de un eterno no ser...

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